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lunes, 22 de julio de 2024

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El fin del mundo II

Cuatro años demoramos en llegar al fin del mundo. Cuatro años de travesía, casi ochenta de vida, y unos mil doscientos de recuerdos (total, ¿quién le iba a discutir si la Tía Yoyó se puso un vestido violeta en el bautismo de Susana o no? ¿O si usó varios?¿O si la bautizaron varias veces?). 


Pero al final el barco encalló en el cerro, a los pies de una Virgencita que mira la bahía desde una selva de rosales. Y el día, frío y húmedo, acompañó en sentimiento, mostrándonos el paisaje a través de un cristal esmerilado. 


Yo solo espero – con mis aciertos y mis errores, y todo mi amor y poca paciencia – haber sido una compañera más o menos decente para enfrentar los dragones en el camino.




jueves, 7 de marzo de 2024

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La puerta al infierno

 
A la vuelta de la escuela, a medio camino a mi casa, camuflada como una más de esas casas clásicas del Cordón, había una que llevaba al infierno. 

La casa tenía una puerta grande como la de una iglesia – o así me parecía desde mi metro veinte de altura- escalones de granito rojo y un zaguán oscuro con paredes de mármol negro. La madera de la puerta estaba enlutada por la edad y muy trabajada, con guirnaldas de bellotas y olivos entrelazados, pomos de bronce alisados por el roce y un buzón para el correo que parecía sonreír. 

Cuando la puerta estaba cerrada, la casa solo era una casa, y la puerta, solo era una puerta. Pero cuando estaba abierta, la perspectiva jugaba con las formas y dibujaba una cara grotesca que miraba desde el intrincado tallado, respiraba bronce y amenazaba oscuridad desde el zaguán. Cuando la puerta estaba abierta, la cara del diablo te miraba; y era necesario -imperativo- entrar. 

El desafío era acercarse, subir los tres escalones rojo infernal, adentrarse en la negrura, golpear la puerta del zaguán con la valentía de Orfeo, y a diferencia de él, salir corriendo sin mirar atrás. 

Nunca supe cuándo, cómo o quién inició la tradición, pero a lo largo de los años incontables niños se aventuraron esos tres escalones y par de metros de zaguán para tentar al diablo al salir de la escuela. Imagino que por eso estaba casi siempre cerrada. 

Hace un par de años volví a pasar por allí y muy a mi pesar, la casa del diablo ya no estaba. Alguien había borrado la mueca satánica y convertido la puerta en una entrada aburrida y estéril a un reciclaje como hay tantos en el barrio. Solo los escalones de granito rojo atestiguaban que allí había habido -alguna vez- una puerta al averno.

lunes, 4 de enero de 2021

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El fin del mundo

Ayer me di cuenta de que las cosas no van a volver a estar bien.

La ultima vez que me sentí así fue cuando mi exesposo me dijo que ya no me quería. Como si nada fuera a estar bien nunca más. Y sin embargo, estuvo. Costó, pero estuvo. No perfecto, no igual. Pero bien, y en algunos aspectos, hasta mejor. Otros todavía los extraño, aunque ya no lo extrañe a él.

Ahora vuelvo a sentir esa misma desazón y esa seguridad de que las cosas, como las conocía, se terminaron. Pero mucho peor. Porque ahora es mamá, y a ella no la puedo reemplazar.

Mi madre está muy enferma. O eso creemos. No sé. En una filosofía de vida que lleva sosteniendo treinta años, no ha ido al médico, no piensa ir, y – aunque lo hiciera – no piensa tomar ningún tipo de acción sobre su mal.

Entre el enojo porque esté enferma y el enojo porque no se quiere curar, me paralicé por mucho tiempo, hasta que acepté que es su vida y tiene derecho a vivirla – o no – como desee. No está senil, no es incapaz, no es boba. Es ella, y ella es así. Dándole un giro al dicho: “hay que querer(la) o reventar(la)”.

“El enojo es dolor,” me dijo mi amiga Eglé y me abrió los ojos –Eglé siempre me abre los ojos, desde los tiempos en que, como profesoras novata y experiente, compartíamos el aula.

Uno sabe que los padres se van a morir, es la ley de la vida. Es como saber que la Tierra es redonda; no lo cuestionás ni te lo planteás demasiado. Pero entonces te enfrentás a la posibilidad real de sus mortalidades y todo se da vuelta; la Tierra se aplana y estás navegando directamente hacia borde.


Ayer – ayer fue un día de epifanías – también me di cuenta de que estaba tan enojada y tan angustiada que no estaba considerando algo igualmente importante: mi madre está pilotando su propio barco con el mismo rumbo, derechito al fin del mundo. Y viaja sola, porque los que quiere estamos enojados con ella o tan enredados en la posibilidad de perderla que no dejamos de mirarnos el ombligo. Sola enfrentada a su propia mortalidad. 

Y no quiero que se sienta así.


No es fácil, pero estoy intentando.  Intentando que cambie de opinión y que saque la cabeza de la arena –porque es una lucha que no estoy dispuesta a abandonar– pero sobre todo, intentando entenderla e intentando aceptarla, y desenojarme. En fin, intentando acompañarla.


Es el fin del mundo, pero no tiene –tenemos– por qué vivirlo solos. 


P.D.: Shhhh, mamá no sabe que escribí esto. No me descubran. 

Es mi forma personal de terapia, pero si se entera, me mata. 

miércoles, 1 de julio de 2020

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Club de Detectives

Cuando era chica, tenía un Club de Detectives.

No sé de quién fue la idea, seguramente mía, que nunca fui muy normal. Pero lo cierto es que Enid Blyton y Malcolm Saville eran una constante en la biblioteca de varias niñas allá por los ‘80, y los misterios -reales o inventados- nos fascinaban.

Dos Claudias, una Andrea, una Patricia, a veces una Maité, y yo aprendíamos a diferenciar las huellas de pájaros en el terreno y encender fuego con dos palitos, arriesgábamos la vida escalando el pozo de aire de un edificio y hacíamos equilibrio en los pretiles de jardines encerrados. Todas cosas muy útiles, por supuesto, para niñas que vivían en el centro de Montevideo, rodeadas de baldosas y asfalto, con fósforos a demanda y ni una montaña a la vista.

Y sin misterios. Creo que lo más parecido a un hecho enigmático que detectamos fue la aparición periódica a los pies de un árbol de unos discos de vinilo rotos, seguramente más atribuibles a la censura de la Dictadura que a algún criminal ignoto.


Pero ¡cómo nos divertíamos! Entre las continuas mudanzas del club desde el sótano de las Rivero/Martínez al de los Cazarré, las recorridas por el barrio buscando misterios o las clases de detective que debíamos preparar para cada sesión del club, se ocupaban las vacaciones de invierno, los vientos de primavera y los sopores del verano.

Hoy, más cerca del otoño, espero que se concrete una largamente pospuesta reunión de detectives. Sin misterios.

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