Vi este meme en otro blog y me gustó; es como una fotografía de lo que está pasando en este preciso momento en la vida de uno.
Así que aquí va:
Haciendo: ¡postres!! Postres, postres, postres… y más postres. Con mi hija empezamos a venderle postres en vasitos a un restaurant local, viene bien el negocio, pero… ¡me tienen podrida los postres!
Comiendo: demasiado. Es lo que pasa cuando llegan tus tíos, primos y sobrinos de Ecuador. Muchos asados, mucha comida, muchas tertulias compartidas. ¡Hay que ponerse al día!!!
Yendo: a lo de mis padres todas las noches, a disfrutar las visitas del exterior mientras estén en el paisito.
Escuchando: mil cuentos mientras esperamos el asadito. Ya lo dije, ¡hay que ponerse al día!!
Disfrutando: a la familia. A la local y a la extranjera, que no vienen seguido y hay que aprovechar.
Planificando: la vuelta a clases… pero despacito, no vaya a ser que me estrese en vacaciones.
Intentando: ser más paciente con Alessa, pelearme menos con Elisa, no rezongar tanto, ayudar cuando voy a lo de mamá, moverme un poco más, ir a la playa, no lambetear la raspa del bol, tender la cama todos los días, comer un poco menos, lavar el auto, ir al liceo, escribir para el blog, tomar aire, ver a mis amigas, no gastar tanta plata, no armar escándalo, no discutir con papá, cocinar más sano, lavar los platos sin bufar, dormir la siesta, comer más verduras, visitar a mis amigas…
Esperando: lograr al menos una de esas cosas.
Leyendo: "Cómo lograr tus objetivos y no morir en el intento" Mentira, pero hubiera estado bueno, ¿no?
Anímense a hacerlo, ¡quiero ver sus fotografías!
sábado, 17 de febrero de 2018
Meme va
viernes, 9 de febrero de 2018
Lo que se hereda no se roba
El dulce de membrillo salpica.
Por eso, allá por los 50, mi abuela Blanca se mandó hacer un banco alto, cómodo, para sentarse en él y poder revolver el dulce de lejos. Cuando la familia se mudó a la capital, una decena de años después, la abuela se trajo el banco consigo.
A la abuela le quedaban deliciosos los dulces; los tengo claros en la memoria y el paladar, así como su imagen. Parece que la veo, sentada en su banco alto -haciendo naranjas en almíbar para mamá, la jalea de guayabas del tío Heber, o el dulce de higos enteros que tanto me gustaba- con las piernas trabadas en las patas de madera y una cuchara larga en la mano, revolviendo de lejos para no quemarse con el azúcar caliente y rebelde.
Hoy en día el banco está en casa. Se tambalea un poco y está lisito de tantas capas de pintura, pero sigue firme y cómodo. Lo uso para sentarme a una distancia prudente cuando tengo que revolver la jalea de limón, o la crema de maracuyá, o la mermelada de frutillas que adoran mis hijas.
Porque si me acerco mucho, me quemo.