Yo creo que son muy importantes los nombres; como llamamos a alguien o a algo, lo afectará toda la vida. Y no estoy hablando de temas místicos como la numerología o la cábala, sino simplemente a que si le ponés ‘Kali’, ‘Roy Rogers’ o ‘Tesoro’ a un niño (tres nombres que supieron tener sendos alumnos), lo estás condenando a muchas burlas a la hora del recreo.
By any other name would smell as sweet.”
~William Shakespeare, Romeo and Juliet
En mi ciudad, es tradicional ponerle nombre a las casas, en vez de números. Y no sé si alguna vez lo han pensado, pero ponerle nombre a una casa es casi tan complicado como ponerle nombre a un niño; supongo que porque en cierta forma, cuando construimos una casa, ésta también se convierte en nuestra criatura.
Mi casa es una cabaña de madera, así que le puse “Huacalli” que significa ‘cajón’ o ‘cesta’ en náhuatl (justo estaba leyendo una novela mexicana que traía un glosario de vocablos náhuatl y sus equivalentes en español, y me enamoré de esa palabra); si la hubieran visto en plena construcción, hubieran dicho que nombre más apropiado no existía, porque mientras no le pusieron el techo, realmente parecía un cajón de madera.
Cuando mis padres construyeron su criatura –una preciosa casa rosada y azul que mira el mar desde uno de los cerros que rodean mi ciudad– mi madre estaba muy ilusionada con la elección del nombre: debía ser un nombre sonoro y significativo (era importante que cumpliera esos dos requisitos), digno de su nueva casa.
Mamá y yo somos muy parecidas: cuando tenemos un proyecto es difícil que no nos entusiasmemos y pongamos muchas energías en lograrlo (solo que ella es más constante que yo, así que su porcentaje de concreciones es mayor); así que desempolvó todos sus diccionarios: el de la RAE, los de sinónimos y antónimos y hasta los de portugués, francés e italiano (inglés no, creo que se moría antes de ponerle un nombre en inglés). Al final, después de mucho buscar, se decidió por:
cimbel.
(Del cat. cimbell, y este del lat. vulg. *cymbellum, dim. del lat. cymbălum, especie de platillos, por alus. a la campanilla empleada como señuelo).
1. m. Cordel que se ata a la punta del cimillo, donde se pone el ave que sirve de señuelo para cazar otras.
O sea que, básicamente, Cimbel significa ‘señuelo’. Estarán de acuerdo con que es un nombre sonoro y significativo -es una palabra armoniosa y su sentido es apropiado: la casa sería tan bonita que te invitaría como un señuelo. Y lo hace, doy fe; ojalá pudieran conocerla.
El trabajo de semanas de investigación había dado sus frutos: la casa se llamaría ‘Cimbel’. Mi madre estaba contenta.
El tema es que cuando por fin le comunicó a mi padre la elección del nombre, papá pensó un poquito, miró la casa -que ya estaba casi pronta y solitaria en su cerro- y dijo:
“Cimbel... Cim-bel... Cima bella. Me gusta.”
Mamá casi se muere.