Cuatro años demoramos en llegar al fin del mundo. Cuatro años de travesía, casi ochenta de vida, y unos mil doscientos de recuerdos (total, ¿quién le iba a discutir si la Tía Yoyó se puso un vestido violeta en el bautismo de Susana o no? ¿O si usó varios?¿O si la bautizaron varias veces?).
Pero al final el barco encalló en el cerro, a los pies de una Virgencita que mira la bahía desde una selva de rosales. Y el día, frío y húmedo, acompañó en sentimiento, mostrándonos el paisaje a través de un cristal esmerilado.
Yo solo espero – con mis aciertos y mis errores, y todo mi amor y poca paciencia – haber sido una compañera más o menos decente para enfrentar los dragones en el camino.
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