Ella era una mujer sana, sin vicios. No fumaba, tomaba socialmente, y cogía solo los sábados de noche. Por principio. Decía que le gustaba demasiado para arriesgarse a caer en excesos. Estaba convencida de que una vida ordenada, con la Santa Biblia de su agenda acompañándola, era el súmmum de la perfección. Nada debería ir mal si uno tenía un menú semanal pegado a la heladera con un imán perfectamente alineado con los que sostenían, entre otros, el almanaque en el que marcaba las fechas de su período en rojo, los cambios de aceite del auto en negro y el calendario lunar en celeste.
Sin embargo, dentro de su vida organizada y saludable, existía una contrariedad: su pelo. Esa mujer tenía el diablo en el pelo. Ella estaba convencida de eso, pero nadie le creía.
Era largo y muy rojo. Demasiado rojo. Nadie le creía que fuera natural tampoco, pero era. Era tan rojo que tenía reflejos morados a la sombra y brillaba como cobre batido al sol. Indisciplinado, enrulado y abundante, parecía tener vida propia. Es más, ella decía que estaba vivo. Obviamente, tampoco daban crédito a eso.
Ella vivía en lucha con su pelo. Lo aseguraba con broches, cintas y ondulines; lo trenzaba apretado, lo mantenía prisionero. Gastaba enormes cantidades de dinero en productos que prometían un mejor volumen, menos frizz, más control; y su colección de sombreros superaba a la del Sombrerero Loco por varios dígitos.
Todo en vano: ni cortarlo podía, aunque lo intentaba cada cuarto menguante. Por suerte, nunca faltaban peluqueras. Alguna lograría lo imposible, no se iba a dar por vencida; alguna lograría dominar al demonio.
Mientras tanto, evitaba los espejos y visitaba a su psicóloga dos veces por semana, e intentaba convencerse de que no estaba loca, solo ‘mentalmente divergente’. Pero ella sabía que era verdad: tenía el diablo en el pelo.
Lo probaba la serie de tumbas poco profundas que abonaban el rosal sevillano del jardín de atrás. Por suerte, nunca faltaban peluqueras.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Esa mujer tenía el diablo en el pelo
lunes, 23 de septiembre de 2013
Jedis por Montevideo
Me acabo de reconciliar con el Facebook, porque gracias a él me enteré de que justito el día de hoy EA Games lanzó un nuevo tráiler promocional de su juego “Star Wars: The Old Republic”.
Quienes me conocen se extrañarán de esta entrada, porque bien saben que no me interesan los videogames, pero el tema no es comentar el juego, sino contarles que ¡el tráiler fue filmado en Montevideo!!
No me importa si todo el mundo se está sacando bandera porque el trailer haya sido filmado en Uruguay aunque nunca en su vida hayan escuchado hablar del juego. Yo no seré gamer, pero sí soy starwasera, así que puedo... y eso de ver una batalla de lightsabers en plena Plaza Independencia me hizo lagrimear; les juro que sí.
Ojalá hubiera estado ahí.
Perdón si esto apareció dos veces... estoy haciendo una prueba :)
viernes, 13 de septiembre de 2013
Jedis en Montevideo
Me acabo de reconciliar con el Facebook, porque gracias a él me enteré de que justito el día de hoy EA Games lanzó un nuevo tráiler promocional de su juego “Star Wars: The Old Republic”.
Quienes me conocen se extrañarán de esta entrada, porque bien saben que no me interesan los videogames, pero el tema no es comentar el juego, sino contarles que ¡el tráiler fue filmado en Montevideo!!
No me importa si todo el mundo se está sacando bandera porque el trailer haya sido filmado en Uruguay aunque nunca en su vida hayan escuchado hablar del juego. Yo no seré gamer, pero sí soy starwasera, así que puedo... y eso de ver una batalla de lightsabers en plena Plaza Independencia me hizo lagrimear; les juro que sí.
Ojalá hubiera estado ahí.
lunes, 2 de septiembre de 2013
A veces
A veces me parece que el mundo es solo para mí. Que no hay nadie más; que todo, todo, todo, es en mi beneficio. Hay momentos que, a medida que ocurren, sé que me pertenecen exclusivamente a mí.
Soy la única en darse cuenta de que el sol atraviesa la ventana a la altura justa del crochet de la cortina para reflejarse en brillante diseño sobre la pared de la estufa, o que el aire tiene una calidez tan perfecta que casi se puede tocar.
Nadie más registra la cadencia de la respiración de mi hija mayor al irse durmiendo tirada en el sofá, a mi lado, o el verde bosque de los ojos de la menor, con sus chispitas marrones y picardía al mirarme. Son solo mías.
El crepitar de las llamas, el aroma de mi café, la tranquilidad de la tarde: todo eso es solo mío.
A veces siento que la felicidad me rebasa, que se acumula en la habitación y se derrama por el umbral, escapando a los tumbos por los escalones y llegando al jardín.
Tal vez por eso mi jazmín siempre florece.