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martes, 3 de mayo de 2011

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Desaparecida

Supongo que se habrán dado cuenta de que ando desaparecida. A veces la vida tiene la mala costumbre de interponerse entre el blog y yo, y ésta es una de esas veces. Hace un par de años me desaparecí un par de meses porque estaba demasiado feliz para poder escribir, ahora me tocó a estar demasiado triste. Ya se me va a pasar -todo pasa- y seguro volveré, mientras tanto, sepan disculpar.

No me gusta abandonarlos tanto, y como nunca se han quejado de que repita cosas, les dejo un cuento que escribí hace mucho -y por favor no me pregunten por qué elegí éste y no otro :)




Alquimia

Ella había decidido que quería que él la recordara. Eso fue lo primero, esa determinación. Después se dedicó a pensar qué quería que recordara. Era claro que no se iba a acordar de ella en su totalidad, la gente no se acuerda de todo de otras personas, aun aquellas que fueron importantes en sus vidas. Los rostros se desdibujan, las vivencias se nublan y confunden, los detalles se pierden. Uno recuerda partes del otro, a veces buenas, a veces malas; aspectos importantes o pequeñeces. La memoria es una cosa extraña: selectiva y caprichosa. A ella no le gustaba esa cualidad distraída de los recuerdos. Quería que él la recordara por algo que ella pudiera controlar.

Se paró frente al espejo, mirándose con cuidado. Lindo pelo, oscuro y brillante. Buena piel, suave – él siempre le había elogiado la piel. Ojos inteligentes, sonrisa abierta, boca sensual. Así la había descrito más de una vez. Giró despacio. Pechos grandes y pesados, pezones rosados; le gustaba besarle los pezones. Se miró bien, crítica. Era linda, sí. Pero no había nada demasiado especial, hermoso o destacable en su cuerpo. En realidad no le interesaba que recordara ninguno de esos rasgos en particular. Difícil que pensara en su boca cuando besara otra boca, o en su piel cuando sus manos acariciaran a una nueva mujer.

No. Tenía que ser algo diferente. Hay gente que comparte una canción, pero ella no era Ilsa ni él Rick. Tampoco tenían París. Ni siquiera Montevideo. Y la verdad era que no sabía si quería que la asociara con una ciudad.

Decidirse a construir una memoria no era algo fácil. ¿De qué cosas se acordaba la gente? ¿Qué disparaba un recuerdo? ¿Imágenes, sonidos, sabores, aromas…?

Aromas.

La torta de manzanas de la abuela, el humo de marihuana en los baños del liceo, la piel tabacalera de su primer amante, la pureza de sus bebés… su vida podría contarse con una sucesión de aromas. Nunca podría sentir alguno de esos olores sin remitirse al Original.

Decidir cuál sería su perfume fue fácil. Nada de flores: rosas, jazmines, violetas… no. No le gustaban los lugares comunes. Nada de maderas ni musgos, demasiado masculinos. Almizcle, pachulí, sándalo... muy dulces, no iban con su personalidad. No. A ella le gustaban los perfumes cítricos y livianos. Desvergonzados. A ella le gustaban los limones.

En el fondo de su casa infantil había un patio español, y en el centro, como en un altar de mayólicas, un limonero añoso. Lo tenía bien presente. Azahares en setiembre, ramas pesadas de amarillo en enero. Un limonero tan grande que tentaba a treparse, solo para detenerla las espinas. Recordaba los limones frescos en la canasta de la mesada, y en la garganta la limonada.

¿Qué mejor forma de grabarse en su memoria? Un aroma tan familiar y a la vez original. Lo imaginaba partiendo limones y pensando en ella, tal vez excitándose con el recuerdo. Sí, estaba decidido, serían limones.

Se puso en campaña con el mismo entusiasmo con que emprendía todos sus proyectos. Eligió el perfume más alimonado que pudo encontrar, consiguió aceites, cremas y jabones de la misma fragancia, y no usó ninguna otra. Ya había encontrado su perfume perfecto, y sin llegar a los extremos de Grenouille.

Cada vez que lo veía se preparaba esmeradamente. Al bañarse, extendía la espuma aromática por su piel, dejándola absorber la fragancia, y aspiraba profundamente ese aroma a limones que la trasladaba a los días de su infancia fresca y vital. Luego, aún húmeda, se aplicaba el aceite perfumado acariciándose como un amante amoroso y volvía a sentirse mujer.

Finalmente, se perfumaba. Perfumaba su piel allí dónde estaba más caliente y la sangre latía afanosa. Su nuca, detrás de las orejas, el pulso, la parte interior de sus codos y rodillas y el pliegue de su escote. Perfumaba su cabello, dónde nacía, y lo recogía para aprisionar la fragancia y soltarlo en el momento justo. Perfumaba su ropa y sus pañuelos. Hacía que su presencia se expandiera a su alrededor cual halo mágico y alimonado.

Se convirtió en experta en la alquimia del perfume.

Ella sabía que él lo apreciaba. Se le acercaba inspirando profundamente; le besaba la nuca y suspiraba. Más de una vez le había dicho que le gustaba su aroma, y mencionado los limones como una fruta tentadora. Y en el sueño se arrellanaba contra ella, sumergiendo el rostro en la almohada de su pelo.

Estaba satisfecha.

Una noche, después de una apasionada sesión de deporte sexual, se acomodó a lo india en la cama, contenta y serena. Tenía las sábanas enredadas en los muslos, el cabello largo cubriéndole el pecho y la boca ansiosa de algo fresco. Medio distraída, estiró una mano hacia el bol de cristal que tenía sobre la mesa de luz, tomó una frutilla grande y roja y la saboreó con gusto, como era su costumbre después del amor.

Era un ritual infaltable, las frutillas de ella y el cigarrillo de él.

Desde su lado de la cama, los ojos entrecerrados por el humo, él la miraba. Con un movimiento fluido que la sorprendió, le sacó la fruta a medio comer de entre los dedos, se la metió en la boca y la besó con ansias, embriagándose con ese cóctel de mujer y frutillas. Antes de que tuviera tiempo de responder el beso, él se apartó otra vez.

“Creo que nunca más voy a comer frutillas sin pensar en vos,” le dijo.

A ella la carcajada le salió del alma, tanto hacerle el amor a los limones y él la recordaría por las frutillas.

“Me parece muy bien,” le contestó risueña cuando pudo volver a hablar, mientras se lamía los dedos manchados de rojo, y con olor a limón, uno por uno.

18 comentarios:

CreatiBea

Espero que tu tristeza pase pronto. Yo sí te había extrañado mucho, pero pensé que estarías ocupada con trabajo.

Ánimo y un abrazo muy fuerte!!!!

(El relato ya lo había leído,pero me ha encantado volverlo a leer).

J.J. González Haro

Esperemos que todo pase rapido Ana Laura... aqui estaremos esperando a que escribas cositas. Un abrazo y animo

alcorze

Se te ha echado en falta. ¡¡¡Arriba ese ánimo!!!

Un beso.

Fiaris

Espero pase pronto ese malestar,abrazos de contención.

S. Cid

Mis ánimos para ti.

Y buen cuento. Logras sorprender, una vez más, con un final inesperado :-).

Anónimo

Sus manos iban rozando las hojas del seto, mientras sus pies avanzaban uno delante del otro, a paso ligero.... por un serpenteante laberinto, al que llamaban Vida. Las rodillas, las tenía heridas, había estado corriendo y se había caído, precipitada, un par de veces; se le notaban ligeramente las marcas que la gravilla le había dejado y algunos rasguños. Ahora iba más despacio, pero su corazón seguía latiendo con fuerza; los surcos de sus lágrimas, ya secas sobre las mejillas, dejaban un tono rosado sobre su rostro y tenía aún los ojos húmedos, y sus pestañas se curvaban con dificultad. Solía pasarse la mano por los párpados y la frente para alejar el sudor y sin darse cuenta, quedaba enredado en su cabello ondulado algún que otro pedacito de hoja, o pequeño tallo que había arrancado despreocupadamente del cercado en su deambular. Ariadna no buscaba la salida, buscaba los planos del laberinto; así que en vez de encaminarse hacia la salida, se internaba cada vez más. Sostenía la curiosa y particular teoría de que el arquitecto debía haberlos ocultado en el centro de la obra. Buscaba su corazón, el núcleo mismo. Buscaba una higuera en flor bajo la que empezar a cavar.
A medida que los años pasaban sus ropas comenzaron a deteriorarse, sus zapatos se gastaron; comenzaron a cubrirse de polvo, perdieron color, ya no lucían tan bonitos, pero Ariadna no se cansaba. La piel comenzó a tostársele bajo el sol y sus ojos pasaron del verde al azul, y del azul al gris, pero Ariadna no se cansaba. La noche sucedía al día y el día a la noche, y así fue pasando el tiempo, pero Ariadna no se cansaba.
Hasta que una mañana de julio, Ariadna miró a su alrededor y vio que estaba sola, que no había nadie más secundando su quimera, descubrió que era la única. Triste, Ariadna se sentó en mitad del camino, sobre unos troncos partidos, y por primera vez, Ariadna se sintió cansada.



Don't give up, Ariadna.




Daiana

Karlita la + Bonita

sin duda se siente feo no estar al pendiente del blog propio, pero cuando uno está muy triste, o muy feliz... o muy como sea, no le dan ganas de estas cosas. Espero que pase pronto.

Y respecto al cuento, me ha fascinado, retrata claramente las ironías de la vida, jeje.

Un beso y que ess genial!!

Jo Grass

Lo de desaparecerse nos ocurre a todos/as. A veces porque el trabajo no nos da tregua, otras porque la felicidad se apropia de todo nuestro tiempo de gozo, y otras porque las malas horas preferimos pasarlas bien lejos del ordenador. Mucho ánimo y a salir airosa.

Me ha encantado el relato. Siempre he pensado que los aromas tienen el mayor poder de evocación sobre todas las cosas, incluso sobre la imagen; y lo pienso yo que soy fotógrafa!

A veces, los planes se resuelven ante nuestros ojos con un golpe de efecto, como el de la frutilla, jajaja
Besos

Ana Laura

Muchas gracias a todos por sus palabras. Las cosas van pasando y voy acomodando el cuerpo otra vez. Siempre me acomodo, me niego a que las cosas me sobrepasen. Voy a hacer como Ariadna y no darme por vencida.

Y me alegro mucho que les haya gustado el cuento también; es más fácil pensar en cosas que se terminan cuando están recien empezando, creo.

Un saludo grande a todos!

Humberto Dib

Hola, llegué hasta tu espacio a través de un blog amigo, me pareció muy bueno, voy a quedarme por aquí como seguidor, si me permites.
Si tienes ganas (sólo si tienes ganas), te invito a pasar por el mío.
Un saludo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com

Ana Laura

Bienvenido al blog, Humberto; me alegro que te haya gustado. Por supuesto que voy a visitarte, con mucho gusto. Ya me verás por ahí.

Un saludo grande desde el otro lado del charco :)

Vicente

¡Te extrañé Ana! Ojalá todo se resuelva de la mejor manera.

Muy lindo relato, pero qué raro debe ser empeñarse tanto en que el "amado" nos recuerde cuando esté con otra. Qué raro, aunque (si) romántico (muy romántico) pensarse pareja en el hoy desde el recuerdo que trendrá cada uno del otro en el futuro. ¡Especial para un best seller!

ANA

Desaparecé tranquila...quedate con tu tristeza o tu alegría o con cual sea la causa de la desaparición...quedate viendo eso...y no te distraigas en pendientes ni en "deberes" asi... todo pasará más rápido y más rápido volverás... "y serás millones".... Besos"

y Wowwwwwwwwwwww por el cuento!

CreatiBea

Y cómo vas??? Espero que mejor.
Muuuuuuuuuchos besos!!!

S. Cid

Toc, toc...

¿Cómo va el ánimo?

Se te echa de menos.

Besos y ánimos.

carlos63

Bueno como bien dices todo pasa o al menos te acostumbras a vivir con ello. en cualquier caso espero que lo superes pronto y nos regales con tu compañia.

Un beso y animo, a nosotros nos tienes aquí.

Vicente

Eyyy!!!! Espero que vaya mejorando! Te extraño!

Ana Laura

Muchas gracias por todos sus saludos, ya estoy volviendo a aparecerme por acá. Será cuestión de volverle a agarrar el tranquillo :)

Saludos a todos!

Y vos, ¿qué opinás?

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