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martes, 12 de abril de 2011

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Cigarrillos

Cigarrillos: debería dejarlos. La boca sin humo, las manos ociosas... un martirio. Si dejara los cigarrillos los añoraría; me sorprendería ante el labial que ahora dura y seguramente reviviría ese leve peso en los dedos, cual amputado que recrea la mano cercenada. No puedo imaginar vivir sin fumar, como no podía imaginar vivir sin ti.

Si mis manos ansiaran un cigarro, no penarían tanto el tacto de tu piel; mi boca seguiría roja, pero no por la pérdida de tus besos. No serías lo único que me hiciera falta.

Si me prohibiera los cigarrillos, tu ausencia estaría menos sola.






viernes, 1 de abril de 2011

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Polivalencia laboral

Ando cansada. Recién empezaron las clases y ya estoy cansada, ¿es razonable esto? Yo creo que no, es más, me puse a razonar sobre los motivos de mi cansancio y mi razonamiento fue totalmente irracional –valgan todas las redundancias.

A mí me gusta ser docente. Me encantan los adolescentes, siento que me mantienen joven y actualizada; y si bien a veces querría ponerles asientos eyectores a los pupitres (con un mando a distancia que pudiera manejar), estoy segura de que no podría ser algo más.

Pero vieron, es una de esas cosas que una se plantea a veces: un cambio radical de profesión (sobre todo si está muy cansada a un mes de comenzadas las clases). El hecho es que me puse a pensar, ¿qué podría hacer si no fuera profesora?

Maestra


Podría ser arquitecta de sueños: desde que vi ‘Inception’ estoy entusiasmada con esa profesión. ¿Quién no querría pasarse la vida soñando escenografías imposibles y desafiando las leyes de la física? Yo sí. Las leyes de la física y yo nunca nos llevamos demasiado bien; me resulta imposible entender por qué, si dos trenes salen con media hora de diferencia, en algún momento se cruzarán. ¿O era que no se cruzaban? Y si se cruzan, ¿chocan? Vaya a saber. Si yo fuera arquitecta de sueños, me aseguraría de que todos mis trenes salieran y llegaran a la misma hora; o mejor aún, en mis ciudades no habría trenes, para más seguridad.

O una ninja; vestida de negro de pies a cabeza, sigilosa, armada únicamente con mi agilidad e inteligencia, y dando una muerte misericordiosa y sin dolor a todos los que me molestan. Interesante, ¿no?

Otra buena opción podría ser la de cazarrecompensas renegada; imaginen una versión femenina de Lorenzo Lamas: audaz, mortífera y rompe corazones. O US Ranger, como Tommy Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford en ‘El Fugitivo’ (si hay que perseguir a Harry yo me anoto). También podría cumplir mis sueños de niña y ser astronauta o domadora de leones, o guardabosques, neurocirujana, médium, piloto de fórmula uno o maga de circo… la lista es larga.



Maestra


El tema es que para ser ninja lo único que tengo a mi favor es que el negro me queda genial; nunca entendí del todo las proyecciones, así que de arquitecta, nada. Tengo mala puntería y nunca rompí un corazón, más bien han roto el mío. En Uruguay no hay leones ni programa espacial; le tengo miedo a las alimañas y me fastidiaría que un oso me comiera el almuerzo. También me da cosa la sangre y odio los sesos; nunca he logrado contactar con los muertos (lo he intentado, les aseguro), soy demasiado grande para entrar en un auto de fórmula uno y demasiado torpe para hacer prestidigitación.

Creo que mejor sigo siendo docente. Aunque pensándolo, es una profesión polivalente: tiene un poquito de todas y cada una de esas otras ocupaciones (excepto el glamour, lamentablemente).

Fíjense:

Es condición sine qua non del docente el ser soñador, aunque sea para imaginar políticas educativas ideales (aunque eso ya sea utopía más que sueño), condiciones ideales, alumnos ideales... y si no se los tiene, desafiar todo lo conocido, y dar clase con lo que hay a mano. Todo eso sin mencionar llamar la atención de los chicos con una lección tan arrolladora como el famoso tren.

He desarrollado la habilidad de un ninja para acercarme sigilosamente a un alumno y pescarlo haciendo trampa, en cuyo caso le doy una muerte misericordiosa (metafórica, claro, no ando matando alumnos, aunque me tiente); soy ágil esquivando tizas y bolas de papel, y vestirme de negro no es problema, ¿mencioné que me queda genial?

Solo un astronauta puede alcanzar adolescentes en la galaxia por la que estén paseando; y es evidente que es tarea de una médium lograr hablar con los que están tan alejados de la clase que bien podrían pertenecer al inframundo. La tarea de enseñar es tan delicada como la de un neurocirujano y ambos comparten la misma área de trabajo: los sesos de los chicos.

Para ser docente hay que ser audaz, también mortífera si es necesario (gracias a dios por la libreta), y se siente genial cuando se logra capturar el corazón de un estudiante (que sí, que se puede); ni hablar de ser domadora y guardabosques: los liceos están llenos de leones y otras alimañas. Se tiene que ser casi tan rápida como un piloto de F1 para tomarse un café, completar la libreta y correr de una clase a otra en un recreo de cinco minutos, y una maga para prosperar con el magro sueldo docente...

Con todo esto llegué a dos conclusiones: primero, que no necesito cambiar de profesión, las tengo todas en una; y segundo, que es lógico que esté cansada... ¡fíjense en todo lo que hago!



Maestra

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