-

lunes, 4 de enero de 2021

3

El fin del mundo

Ayer me di cuenta de que las cosas no van a volver a estar bien.

La ultima vez que me sentí así fue cuando mi exesposo me dijo que ya no me quería. Como si nada fuera a estar bien nunca más. Y sin embargo, estuvo. Costó, pero estuvo. No perfecto, no igual. Pero bien, y en algunos aspectos, hasta mejor. Otros todavía los extraño, aunque ya no lo extrañe a él.

Ahora vuelvo a sentir esa misma desazón y esa seguridad de que las cosas, como las conocía, se terminaron. Pero mucho peor. Porque ahora es mamá, y a ella no la puedo reemplazar.

Mi madre está muy enferma. O eso creemos. No sé. En una filosofía de vida que lleva sosteniendo treinta años, no ha ido al médico, no piensa ir, y – aunque lo hiciera – no piensa tomar ningún tipo de acción sobre su mal.

Entre el enojo porque esté enferma y el enojo porque no se quiere curar, me paralicé por mucho tiempo, hasta que acepté que es su vida y tiene derecho a vivirla – o no – como desee. No está senil, no es incapaz, no es boba. Es ella, y ella es así. Dándole un giro al dicho: “hay que querer(la) o reventar(la)”.

“El enojo es dolor,” me dijo mi amiga Eglé y me abrió los ojos –Eglé siempre me abre los ojos, desde los tiempos en que, como profesoras novata y experiente, compartíamos el aula.

Uno sabe que los padres se van a morir, es la ley de la vida. Es como saber que la Tierra es redonda; no lo cuestionás ni te lo planteás demasiado. Pero entonces te enfrentás a la posibilidad real de sus mortalidades y todo se da vuelta; la Tierra se aplana y estás navegando directamente hacia borde.


Ayer – ayer fue un día de epifanías – también me di cuenta de que estaba tan enojada y tan angustiada que no estaba considerando algo igualmente importante: mi madre está pilotando su propio barco con el mismo rumbo, derechito al fin del mundo. Y viaja sola, porque los que quiere estamos enojados con ella o tan enredados en la posibilidad de perderla que no dejamos de mirarnos el ombligo. Sola enfrentada a su propia mortalidad. 

Y no quiero que se sienta así.


No es fácil, pero estoy intentando.  Intentando que cambie de opinión y que saque la cabeza de la arena –porque es una lucha que no estoy dispuesta a abandonar– pero sobre todo, intentando entenderla e intentando aceptarla, y desenojarme. En fin, intentando acompañarla.


Es el fin del mundo, pero no tiene –tenemos– por qué vivirlo solos. 


P.D.: Shhhh, mamá no sabe que escribí esto. No me descubran. 

Es mi forma personal de terapia, pero si se entera, me mata. 

3 comentarios:

Laura Elena

Ese ejercicio de aceptación de tu enojo y de su forma de vivir me parece la mejor demostración de amor que le puedes dar a tu madre, y con ello, a ti misma. Me parece admirable. Haz lo que sientas que tienes que hacer desde el amor. Un abrazo

Eglé

Si, estás haciendo un esfuerzo muy amoroso, amiga!

Fabricio

Te leí. Deseo puedas hacer cambiar de opinión a tu Mamá. Mis saludos

Y vos, ¿qué opinás?

Ir Arriba