Acabo de discutir con mis hijas porque no tengo ganas de decorar la casa para la Navidad. ¿Por que tengo que decorar la casa si no tengo ganas? ¿Es obligatorio ser mamá las 24 horas del día? No puedo tener un período de gracia, digamos... ¿una hora después de despertarme de la siesta? No soy yo cuando me acabo de levantar a la tarde, ¿vieron esa gente que no habla hasta que no toma el primer café de la mañana? Algo así, solo que de tarde, se ve que soy haragana hasta en mi malhumor. Lo que no entiendo es cómo gente que vivió toda su vida conmigo todavía no lo sabe manejar. Y ya sé que ya pasó el 8 de diciembre, pero no tengo ganas de armar el arbolito. Ni el pesebre. Heredé uno de mi tía Yoyó cuando se mudó hace años, y debo admitir que queda precioso en la estufa, pero la gata obviamente es de la misma opinión, porque siempre se le ocurre dormir en la cuna del niño Jesús y no sé si el pobre sobrevivirá una Navidad más; Flor ya mató un camello y dos ovejas el año pasado. También se me quemaron las lucecitas del árbol y no puedo conseguir unas que no me enloquezcan con su ‘nochedepaznochedeamor’, las medias que se cuelgan de la estufa tienen agujeros, la corona de la puerta está descolorida de tanto sol, ¡Navidad no debería ser en verano!, y aparte de todo eso, para mí el verde y el rojo no combinan.
Ese arbolito sí me gusta. Gracias, Jessi.
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