miércoles, 18 de noviembre de 2009

Mala suerte

Mi hija pequeña me preguntó anoche qué significaba ‘mal agüero’. Yo estaba trabajando en la computadora, para variar; bastante distraída buscando información para una entrada que tengo a medio escribir, así que sin mucho pensar simplifiqué la cosa, pasé del pronóstico al resultado, y le contesté: “Mal agüero significa mala suerte,” y seguí con lo que estaba haciendo.

Alessa es una niña despierta y avispada; pregunta todo y no se contenta con cualquier respuesta, hay que contestarle algo convincente o seguirá preguntando hasta sentirse plenamente satisfecha, como anoche.

“Mamá,” insistió, evidentemente no conforme. “¿Y qué es mala suerte?”

En ese momento casi le contesto como la mamá de esa propaganda de jabón en polvo, que, ante una pregunta similar de su hijo, equiparó frustración con no sacarle las manchas a la camisa del marido. “Mala suerte es no encontrar una definición de serendipia que me conforme,” pero me dominé a tiempo y la miré.

Alessa estaba paradita a mi lado; de pie ella y yo sentada, nuestros ojos estaban a nivel, y como siempre, casi me ahogo en esos ojazos verdes que no sé cómo hice para concebir. Su expresión era de total concentración. Cerré la laptop y giré para prestarle toda mi atención.

“Hay gente que cree que si te pasan cosas malas, es porque tenés mala suerte. ¿Por qué me preguntás?”

“Dicen que trae mala suerte pasar por abajo de una escalera,” me dijo muy seria.

“Eso es una superstición, amor, algo que la gente cree, pero que no es verdad. No pasa nada si pasás por abajo de una escalera,” le contesté, intentando no reírme y tomármelo con tanta seriedad como ella. “Como mucho, se te caerá la escalera arriba.”

“Pero también dijeron que es malo que se te cruce un gato.” Y ahí el verde se tornó cristalino, y miró a Flor, la gata de la casa.

Como ya deben saber, Flor se acaba de salvar de su propia racha de mala suerte, lo cual sería buena suerte, ¿no? La cosa es que Alessa ahora cuida a su gata más de lo que cuida a Leo, su peluche favorito, y eso es mucho decir. Yo sentí que debía asegurar a mi hija que su gatita no le provocaría mala suerte y ya estaba abriendo la boca para decirle que no dan mala suerte los gatos en general, sino solamente los gatos negros, cuando me detuve y me puse a pensar qué estaba haciendo. Le acababa de decir a mi hija que lo de la escalera era una superstición, desmereciéndolo por eso, ¿y ahora la iba a tranquilizar con el color de los gatos que traen mala suerte? Ni ahí.

“No existe la mala suerte, Ale,” le contesté en cambio. “No va a pasar nada si pasás por abajo de una escalera o si te cruzás con un gato o cualquier cosa de esas que dicen. Son supersticiones: no son ciertas.”

“Pero yo rompí tu espejo el otro día y después se enfermó Flor,” me porfió ella.

Recién entonces entendí por dónde venía la cosa; la acerqué a mí y la senté en mi falda. “La gata se hubiera enfermado igual, no tuvo nada que ver el espejo,” le dije, tratando de sonar convincente. “Vos no tenés la culpa de lo que le pasó a Flor. Fue solo una coincidencia, dos cosas que pasaron a la vez. Además, la gatita está lo más bien, ¿o no?”

Al final me dijo que sí, pero no se la veía muy convencida. De cualquier manera no hablamos más del tema, es medio difícil ir contra el pensamiento mágico, y en los niños eso es muy fuerte; por más que yo le argumentara todas mis razones para no creer en la suerte o en las supersticiones, Alessa seguiría encontrando conexiones insólitas, y vaya a saber de qué más se podría llegar a sentir responsable.

A los cinco minutos ya estaba viendo ‘Ben 10’ en la tele y se había olvidado de gatos, espejos y malas suertes, pero yo seguí pensando. Nunca fui supersticiosa, aunque hay cosas que no hago, como matar grillos dentro de la casa o pasar por debajo de la famosa escalera (siempre me dio miedo que se me cayera encima, en serio, no se rían), sin mencionar decir ‘salud’ cuando alguien estornuda, dejar la cartera en el suelo o haberme puesto algo azul, algo usado, algo nuevo y algo prestado cuando me casé (así me fue). Pero de ahí a creer que alguna de esas cosas puede tener un efecto negativo o positivo en mi vida hay un trecho.

Yo veo que la gente muchas veces atribuye sus errores o frustraciones a eso difuso y sin mucho sentido que llaman ‘mala suerte’ y que les impide tener éxito en la vida, el amor o el trabajo. Eso me parece absurdo; es una forma de sacarse la responsabilidad de encima y ponerla en algo más, siempre está bárbaro tener qué – o a quién – culpar por los fracasos de uno. Las supersticiones son un bastón como tantos otros, y aunque algunos crean que se camina más seguramente con bastón, no pueden negar que también se camina con menos libertad.

Nunca le atribuí a la buena o mala suerte nada de lo que me pasó en la vida, soy muy laica y el pensamiento mágico no es mi fuerte. Más de una vez me han dicho que tengo ‘suerte’ porque tengo un trabajo seguro que me gusta y puedo mantener mi casa y a mis hijas sola. Eso me fastidia enormemente, no es suerte, son años de estudio, mucho trabajo, oportunidades aprovechadas, y buenas – o a veces malas – decisiones. En lo único que admito haber ganado la ‘lotería’ es en haber tenido hijas sanas, todo lo demás lo hice yo (con ayuda a veces, lo admito y agradezco, pero saber pedir y aceptar ayuda cuando es necesario también es uno, ¿no?).

Mi vida es mi responsabilidad, no de espejos, escaleras o gatos que se puedan haber cruzado en mi camino.

















Imagen: 'Luck' de Dan Springer

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo. No hay que ser supersticioso.
    ...Trae mala suerte serlo. ;)

    Saludos, Ana Laura. Me alegra que la gata esté bien.

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  2. Muy bueno esto che, muy bueno. Habria q dedicarnos a hacernos responsables de nuestros actos no? y deberiamos dejar de echarle la culpa a los demas o a la misma "mala suerte". ahhh el humano!!

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  3. Perikiyo: Yo por las dudas, cruzo los dedos.

    Sigma: Exactamente eso creo yo. Sería una muy buena medida.

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