Anémica

Estoy anémica, mi sangre está débil y quiere hierro. Mis brazos están llenos de pinchazos que lo prueban. Mi sueño constante y mi cansancio también.

La doctora dice que ando a media pila, que espere a estar bien y saber qué me estoy perdiendo. Yo me quedé pensando, ¿qué voy a hacer cuando tenga combustible para aviones en las venas y no biodiesel?

Hace tantos años que arrastro esta anemia que no recuerdo un tiempo que no estuviera cansada, o no tuviera ganas de dormir la siesta. ¿Será que mi tan reputada – y cuidadosamente mimada – haraganería solo se debe a un desorden hemoglobínico y no una característica innata de mi personalidad? En realidad preferiría pensar que no es así. ¿Y si me da por cortar el pasto? ¡Mi dios!

Me encanta hacer solamente lo que tengo ganas de hacer, en los ámbitos extralaborales al menos. Me encanta que cuando mis primas y mi hermana se pelean por lavar los platos luego de una comida familiar, nadie espere ni me reproche que yo no entre en la discusión. Y que cuando mi padre me pide que haga el postre cada fin de año, eso sí me gusta hacer, sepa que comprar los ingredientes le toca a él. Los niños de la familia saben que pedirle cosas a la tía Ana es complicado y mis alumnos son los que borran el pizarrón. ¿No es maravilloso delegar?

Pensándolo bien, mañana no voy nada a darme la última inyección de hierro y ya mismo llamo al jardinero.